CONFERENCIA
“De Toletum a Tulaytula”
por el Dr. D. Ricardo Izquierdo Benito (Profesor Universidad de Castilla la Mancha)
Desde mediados del siglo VI Toledo se convirtió en la sede política de la monarquía visigoda. Puede considerarse que fue el rey Atanagildo el que estableció definitivamente la sede de la corte en Toledo a mediados del siglo VI. La ciudad, aparte de por su propia situación topográfica y estratégica, contaba con una infraestructura urbana de cierta importancia y tenía, además, la ventaja de encontrarse en el centro geográfico del reino. Pero será durante el reinado de Leovigildo cuando la ciudad adquiera de una manera más efectiva su condición de sede regia. Dentro de su política centralista, la necesidad de contar con una ciudad como residencia real y como centro permanente del poder era fundamental. Su modelo de referencia fue Constantinopla por lo que en Toledo se hacía necesario poner en práctica una actividad edilicia que adecuase la ciudad a la nueva situación. A partir de aquel momento Toledo se convirtió en la "urbe regia", residencia de los reyes, de la corte y de todo el aparato de una administración cada vez más compleja.
Pero Toledo no fue solamente el centro político de la monarquía visigoda sino también su centro religioso, especialmente a partir del momento en el que los visigodos dejaron sus principios arrianos para convertirse al catolicismo lo que ocurrió en el III Concilio de Toledo celebrado el 8 de mayo del año 589. Entonces, el rey Recaredo, que ya se había convertido personalmente un año antes, abjuró del arrianismo e impuso la religión católica a todo el pueblo visigodo. A partir de entonces, la sede episcopal toledana inició un proceso de encumbramiento, que llevaría a sus obispos a alcanzar la dignidad metropolitana y la primacía sobre la Iglesia Hispana.
Desde que la monarquía visigoda se estableció en Toledo, la actividad constructora se intensificaría, levantando murallas, palacios, casas privadas, basílicas y otros edificios, de los cuales apenas se han conservado restos arqueológicos, aislados y descontextualizados. Todo ello iría cambiando el entramado urbano de la ciudad, al irse adaptando a la circunstancia de convertirse en la sede del poder, tanto político como religioso. Sin embargo, a pesar de la importancia que Toledo llegó a alcanzar durante los dos siglos que duró el llamado Reino de Toledo, apenas se sabe nada de la ciudad en aquella época. Las noticias conservadas están casi siempre referidas a la monarquía o a la Iglesia, pero no a la ciudad como tal, siendo considerada simplemente como un mero marco de referencia en el que encuadrar los acontecimientos en ella ocurridos. De todas las construcciones que se levantaron entonces, y que debieron de ser numerosas y suntuosas, ni una sola, ni siquiera en parte o reutilizada, ha llegado a nuestros días.
No obstante, las excavaciones que desde hace unos años se iniciaron en la Vega Baja de Toledo (antiguo suburbio de la ciudad romana y visigoda) están sacando a la luz los restos de lo que pudo haber sido un complejo urbano, posiblemente articulado en torno al conjunto palatino, sede del poder político.
A la ocupación de ese recinto se dirigiría el objetivo prioritario de Tariq cuando en el mes de noviembre del año 711, después de haber derrotado al ejército visigodo en Guadalete, entró en Toledo. Cómo era la ciudad en aquel momento lo desconocemos en gran medida. Según parece, sin apenas resistencia lo nuevos ocupantes se hicieron con el control de la misma y de esta manera se iniciaba una nueva etapa en la historia de Toletum que pasaría a ser denominada Tulaytula. Toledo dejó de ser la urbe regia y se convirtió en una ciudad más de las que se desarrollaron en al-Andalus.
Todos los acontecimientos políticos del nuevo estado tuvieron gran repercusión en Toledo, una ciudad que además fue muy reacia a aceptar la sumisión al poder cordobés de los omeyas. Será en la etapa del califato cuando el ambiente estuvo más tranquilo y al final del mismo, en la crisis que sacudió a al-Andalus, Toledo se convirtió en la cabecera de la taifa que habría de llevar su nombre. Nuevamente se convertía en la capital de un reino, de corta pero intensa vida, hasta que Alfonso VI, en el año 1085, entraba en la ciudad dando fin así al poder de los musulmanes.
Habían pasado casi cuatro siglos desde que Tariq entrara en Toledo, tiempo durante el cual la ciudad experimentó un profundo cambio urbanístico (todavía hoy en día perfectamente perceptible), acorde a los planteamientos de una sociedad musulmana. Del pasado visigodo apenas quedó nada y los restos que todavía se puedan conservan, ocultos bajo tierra, son lo que la arqueología quiere sacar a la luz para rellenar ese vacío que todavía presenta la historia de Toledo.